miércoles, 11 de septiembre de 2013

MONOCROMO AZUL



Con el primer poema que escribí vi
mi virginidad colgada de un campanario
y como si una espléndida cartomancia anunciase
todo lo que vendría
me senté a verme crecer órgano por órgano.
En la huerta de Queitano explotaba ya el protón de la
       primavera
un pájaro carpintero abandonaba el nido.

Al amanecer me acostaron e hice esquina con los radios
de una bicicleta blanca
y la gente que estaba de matanza dejaba escapar las tripas
       de una cerda
por el arroyo de Lamelas como si al infinito le sobrase un
       trozo:
todo hacía pensar que nunca sería pura
como así fue.

Por el primer estadio del pensamiento
pasó el chorro de leche hablando en cuarenta lenguas al
        mismo tiempo
y una mancha de grasa de chorizo se extendía encima de
        una cuenta
de multiplicar
como si fuese el cielo
porque todo hacía pensar que nunca sería pura.

En el segundo estadio del pensamiento
mi tío Ramón comía uvas con pan en el límite del dolor
la niña que yo era entonces
sin comprender apenas
trepaba por el trazado de la bala que le atravesó la mano
recuerdo muy bien
su cuerpo idéntico a una exhalación

a veces veíamos temblar su mente como una llama
        perdida
en plena noche en medio del campo de combate
y a los setenta años
enfermo
llamaba a su madre
hasta que la tensión le descendía al talón
y un sudor frío atravesaba el colchón como quien
        atraviesa
el río del olvido
el humo del pavor salía de sus poros como un vapor
        maldito
y una antigua cuchara de alpaca
daba vueltas a nuestro alrededor
hasta encontrar la boca
la ranura de la queja
la fuente de la lamentación

la niña de siete años que yo era entonces
sabía y no sabía
curaba como un emplasto de inocencia infantil
cruzaba el espacio doméstico cargada de medicinas
recitaba en alto nombres impronunciables destinados a
       salvar su vida
acarreaba tazas de sopas con una fe ciega en el agua
         hervida

pero una pequeña tos un hilo de frío
bastaban.
Aquella niña que yo era entonces amarraba una mano
       contra la otra
como una vela al palo mayor de un barco borracho
en una plegaria vana
repetida sin sentido
me echaba a llorar encima de una Biblia o de la bosta de
      un buey
negra de rabia

la pequeña brutal
acostumbrada al sobresalto
dominada por el temor
por los grilletes de la obediencia
pero también
era el ansia del aire la total inminencia de una A rodeada
       de un círculo
la pequeña furiosa de zapatillas rojas
la insolente que escupe y se deshace de sí misma
la adolescente que mea en la sacristía
la mujer adúltera
que muerde los testículos de los misterios morales
los pies con los que alcanza bosques sol riberas y sabanas
apoyada en el ventanal esperando la entrada triunfal de la
       vida

la pequeña brutal
la poeta
la visión prostituta que se entrega por nada
caminaba de la mano meditando en el vértigo

y pues todo hacía pensar que nunca sería pura
para evitar el exilio y la mordedura cruel del destierro en
         la infancia
escribió sobre el son repugnante de las misas
el nombre prohibido de un niño y sus ojos azules
infectados por el pudor

era un ángel caído homosexual y bárbaro
que dormía conmigo en las noches insomnes

ya éramos entonces
a los siete años
la rabiosa consecución de un ser incivilizado

la impureza profunda
el monocrono criminal
el azul
de Rimbaud    de la primera bacteria.

Por las bocas del mundo terribles
pasé con la potencia solar de una droga que cura

pues todo hacía pensar que nunca sería pura.
Como así fue.

 Olga Novo, Los líquidos íntimos

2 comentarios:

Darío dijo...

La niña terrible, la ternura y la furia, pero sin mácula. No hay pecado original. Hay esa lenta ambición, el egoísmo, que nos corroe y nos desgasta... Abrazo.

Say dijo...

la impureza profunda...el monocromo criminal, el azul, de Rimbaud, la niña terrible, la ternura y la furia...

escupir siempre sobre los fascistas y corruptos y sobre el son repugnante de las misas...

un abrazo