Con el
primer poema que escribí vi
mi
virginidad colgada de un campanario
y como si
una espléndida cartomancia anunciase
todo lo que
vendría
me senté a
verme crecer órgano por órgano.
En la huerta
de Queitano explotaba ya el protón de la
primavera
un pájaro
carpintero abandonaba el nido.
Al amanecer
me acostaron e hice esquina con los radios
de una
bicicleta blanca
y la gente
que estaba de matanza dejaba escapar las tripas
de una cerda
por el
arroyo de Lamelas como si al infinito le sobrase un
trozo:
todo hacía
pensar que nunca sería pura
como así
fue.
Por el
primer estadio del pensamiento
pasó el
chorro de leche hablando en cuarenta lenguas al
mismo tiempo
y una mancha
de grasa de chorizo se extendía encima de
una cuenta
de
multiplicar
como si
fuese el cielo
porque todo hacía
pensar que nunca sería pura.
En el
segundo estadio del pensamiento
mi tío Ramón
comía uvas con pan en el límite del dolor
la niña que
yo era entonces
sin
comprender apenas
trepaba por
el trazado de la bala que le atravesó la mano
recuerdo muy
bien
su cuerpo
idéntico a una exhalación
a veces
veíamos temblar su mente como una llama
perdida
en plena
noche en medio del campo de combate
y a los
setenta años
enfermo
llamaba a su
madre
hasta que la
tensión le descendía al talón
y un sudor
frío atravesaba el colchón como quien
atraviesa
el río del
olvido
el humo del
pavor salía de sus poros como un vapor
maldito
y una
antigua cuchara de alpaca
daba vueltas
a nuestro alrededor
hasta
encontrar la boca
la ranura de
la queja
la fuente de
la lamentación
la niña de
siete años que yo era entonces
sabía y no
sabía
curaba como
un emplasto de inocencia infantil
cruzaba el
espacio doméstico cargada de medicinas
recitaba en
alto nombres impronunciables destinados a
salvar su vida
acarreaba
tazas de sopas con una fe ciega en el agua
hervida
pero una
pequeña tos un hilo de frío
bastaban.
Aquella niña
que yo era entonces amarraba una mano
contra la otra
como una
vela al palo mayor de un barco borracho
en una
plegaria vana
repetida sin
sentido
me echaba a
llorar encima de una Biblia o de la bosta de
un buey
negra de
rabia
la pequeña
brutal
acostumbrada
al sobresalto
dominada por
el temor
por los
grilletes de la obediencia
pero también
era el ansia
del aire la total inminencia de una A rodeada
de un círculo
la pequeña
furiosa de zapatillas rojas
la insolente
que escupe y se deshace de sí misma
la
adolescente que mea en la sacristía
la mujer
adúltera
que muerde
los testículos de los misterios morales
los pies con
los que alcanza bosques sol riberas y sabanas
apoyada en
el ventanal esperando la entrada triunfal de la
vida
la pequeña
brutal
la poeta
la visión
prostituta que se entrega por nada
caminaba de
la mano meditando en el vértigo
y pues todo
hacía pensar que nunca sería pura
para evitar
el exilio y la mordedura cruel del destierro en
la infancia
escribió
sobre el son repugnante de las misas
el nombre
prohibido de un niño y sus ojos azules
infectados
por el pudor
era un ángel
caído homosexual y bárbaro
que dormía
conmigo en las noches insomnes
ya éramos
entonces
a los siete
años
la rabiosa
consecución de un ser incivilizado
la impureza
profunda
el monocrono
criminal
el azul
de
Rimbaud de la primera bacteria.
Por las
bocas del mundo terribles
pasé con la
potencia solar de una droga que cura
pues todo
hacía pensar que nunca sería pura.
Como así
fue.
Olga Novo, Los líquidos íntimos
2 comentarios:
La niña terrible, la ternura y la furia, pero sin mácula. No hay pecado original. Hay esa lenta ambición, el egoísmo, que nos corroe y nos desgasta... Abrazo.
la impureza profunda...el monocromo criminal, el azul, de Rimbaud, la niña terrible, la ternura y la furia...
escupir siempre sobre los fascistas y corruptos y sobre el son repugnante de las misas...
un abrazo
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