Vino
Bicis
Calor
Amistad
Imagen del Delta de L´Ebre
"Así es como sobreviven los agotados" John Berger
Nadie fatiga a la brisa, ni al rumbo de las lágrimas que cumplen el ciclo del agua, como una declaración constante de la eternidad que fluye de las cosas. Hay una ironía de siglos, una dinastía de ausencias, una ciudad de vientos irreales que se precipitan en la vigilia del tiempo. Y las heridas de la vida son un privilegio oscuro, una desgana tenue en los confines del espejo, habitados por un sueño de espadas y jazmines. Los objetos familiares nos abandonan. Indecisos, se arrojan a un destino que huye de los relojes y las enciclopedias. Con lento amor nos cuentan su historia insignificante; nos hablan de penas antiguas y de silencios hechizados de presentes y abismos. Pienso en cómo un jaguar se encaramó un día en un verso, para contemplar el rastro insensato de un alba frente al mar. Pienso en la precisión de un cuerpo putrefacto, despedazado de luz, cuyo rastro se borra por acción del olvido, pero que teje eternidades de sueños que vencen a los hielos de todos los inviernos...
"Yo era la fuente de la discordancia, la dueña de la disonancia, la niña del áspero contrapunto. Yo me abría y me cerraba en un ritmo animal muy puro".
Yo muero extrañamente… No me mata la Vida,
POESÍA
"Cuando la modelo vino a mi casa, había tenido visiblemente algunas noches muy cargadas. Me dijo entonces algo muy característico: el champagne no me alegra, me pone muy triste.
En El Navire Night, es la voz la que hace las cosas, el deseo y el sentimiento. La voz es más que la presencia del cuerpo. Es tanto como el rostro, la mirada y la sonrisa. Una auténtica carta trastorna porque es hablada, escrita con la voz hablada. Hay cartas que recibo que me hacen enamorarme de las personas que las han escrito, pero exactamente no se pueden responder. A Yann le respondí. (...) Me acuerdo muy claramente de este día. Yo sólo tenía un deseo, y era escribir a este joven estudiante de Caen para decirle lo difícil que era para mí seguir viviendo. Le dije que bebía mucho, que había vuelto al hospital por culpa de esto, que no sabía por qué bebía hasta ese punto. (...) Escribí una carta a Yann, este hombre que yo no conocía, a causa de las cartas que me escribía. Y luego, un día, al cabo de siete meses, me llamó y me preguntó si podía venir. Era en verano. Nada más oir su voz, supe que era la locura. Le dije que viniera. Abandonó su trabajo, dejó su casa. Se quedó. Ahora hace seis años.
Era en el extremo del gran dique de Cabourg hacia el puerto de los yates. En la playa, el niño hacía volar una cometa china, como en L´Eté 80. Este niño no se movía del lugar en que estaba. A su alrededor, otros niños jugaban a la pelota. Estábamos bastante lejos, en la terraza. Hacía viento y atardecía. El niño no se movía, hasta el punto en que empezábamos a encontrar su inmovilidad insoportable, y después dolorosa. A fuerza de escrutar, de escrutarlo, de socavar su imagen, vimos lo que había. El niño tenía las dos piernas paralizadas, delgadas como bastones. Alguien había de pasar a buscarle sin duda. Había niños que ya se iban. El niño continuaba jugando con la cometa. A veces uno dice voy a suicidarme y luego continúa el libro. Alguien debió ir a recoger al niño antes de que anocheciera. La cometa en el cielo señalaba el lugar donde se encontraba, nadie podía perderse.
Revuelta con el viento